Cada segundo, nuestro cuerpo es atravesado por miles de millones de moléculas transportadas por el azar: algunas nutren, otras transmiten mensajes, algunas protegen y otras son potencialmente peligrosas.
Entre estas moléculas, algunas son parte de nosotros y son perfectamente aceptadas. Otras, como las de nuestro microbioma intestinal, son extrañas pero toleradas. Finalmente, algunas son dañinas: virus, bacterias patógenas, células muertas o cancerosas. Pero, ¿cómo saben nuestras células qué tolerar y qué eliminar? Aquí es donde interviene la distinción entre "yo" y "no-yo".
Para entender esta distinción, tres grandes principios físicos juegan un papel: el electromagnetismo, la termodinámica y la mecánica cuántica.
Las moléculas del "yo" se ajustan naturalmente a su entorno, como piezas de un rompecabezas perfectamente adaptadas. Las del "no-yo" crean perturbaciones y no se integran, desencadenando una respuesta física del sistema.
Un organismo vivo no está ni completamente ordenado ni totalmente caótico. Las moléculas se mueven de manera impredecible, pero esta agitación local permite al sistema encontrar configuraciones estables. Esto es lo que hace que lo vivo sea a la vez flexible y robusto.
La función de una molécula no es innata: aparece cuando se inserta en una red donde su presencia produce un efecto útil y repetible, como un engranaje en una máquina bien engrasada. Es una propiedad que emerge de la organización global.
Los electrones y las cargas eléctricas determinan cómo se ensamblan los átomos y qué formas adoptan las moléculas. La forma (conformación espacial) es esencial: marca toda la diferencia entre una molécula funcional y un conjunto inerte. Permite que una molécula se integre correctamente o, si está mal formada, produzca una perturbación en el sistema.
En un organismo, las moléculas no buscan simplemente estar en el estado más estable posible. Se mantienen en configuraciones que permiten al sistema funcionar, gracias a flujos constantes de materia y energía. Esto garantiza que las moléculas del "yo" sigan siendo armónicas, mientras que el "no-yo" puede ser detectado y eliminado.
A nivel de electrones y átomos, la mecánica cuántica gobierna la compatibilidad molecular. El "yo" se caracteriza por la armonización de sus orbitales electrónicos y sus cargas. El "no-yo" introduce disonancias cuánticas, tensiones y perturbaciones que delatan su incompatibilidad.
El "yo" se establece sin un mecanismo de selección activo: las configuraciones moleculares compatibles convergen espontáneamente hacia el estado de menor tensión, como el agua que fluye hacia el punto más bajo. El "no-yo", al perturbar este equilibrio, desencadena automáticamente los procesos físicos que conducen a su eliminación.
El electromagnetismo, la termodinámica y la mecánica cuántica definen el "yo" y el "no-yo," pero es un principio físico universal el que explica su selección: cualquier sistema complejo tiende espontáneamente a maximizar su coherencia interna y a minimizar sus perturbaciones energéticas.
El "yo" representa el conjunto de configuraciones moleculares compatibles con este principio. El sistema no tiene que elegirlo: el "yo" se establece naturalmente, como el agua que encuentra su nivel más bajo. Emerge espontáneamente de configuraciones que minimizan las tensiones energéticas internas.
Por el contrario, el "no-yo" provoca su propia eliminación. Al perturbar el equilibrio local, desencadena una cascada de eventos físicos (contraste electrostático, gradiente energético, flujo de cargas, disipación térmica) que inducen una reorganización espontánea del entorno molecular: el sistema ajusta automáticamente sus cargas, realinea sus estructuras y equilibra sus potenciales para recuperar su estabilidad mínima. El no-yo se convierte así en el arquitecto de su propia destrucción.
El cuerpo no "combate" la enfermedad: restaura el orden y la coherencia según las leyes de la física.
El sistema inmunológico y la distinción entre "yo" y "no-yo" pueden entenderse como una consecuencia natural de las interacciones electromagnéticas, termodinámicas y cuánticas. La vida organiza espontáneamente sus moléculas para alcanzar un equilibrio dinámico estable. La salud, la enfermedad y la curación emergen así de las leyes fundamentales de la materia.