La luz de la vida tiene una particularidad si se observa indirectamente, una biosignatura se refleja en el astro vecino. Hay vida en la Tierra y esto se ve en la Luna.
La existencia de vida en la Tierra no se limita a pruebas locales, detectadas en nuestra atmósfera o biosfera. También puede expresarse de manera indirecta, a través del análisis de la luz reflejada por otros cuerpos celestes. Este fenómeno notable encuentra una ilustración concreta y accesible en el sistema Tierra-Luna: la biosignatura terrestre es detectable en la Luna misma.
La Luna no produce luz propia, pero refleja la luz solar. Sin embargo, cuando está parcialmente iluminada, un tenue resplandor — llamado luz cenicienta — aparece en su lado nocturno. Esta luz proviene de la Tierra: resulta de la reflexión de la luz solar en la superficie terrestre, luego retrodifundida hacia la Luna, y luego reflejada de nuevo hacia la Tierra. Es en esta luz secundaria, doblemente reflejada, donde reside una pista preciosa: la firma espectral de la vida terrestre.
Cuando se analiza el espectro de esta luz cenicienta, se encuentran características ópticas de la biosfera terrestre.
Esta técnica de observación indirecta está en el corazón de las estrategias de detección de vida en exoplanetas. En el caso terrestre, la Luna actúa como un espejo cósmico. Permite probar, a escala del sistema Tierra-Luna, los protocolos de análisis que se aplicarán a la búsqueda de biosignaturas en la luz reflejada por las exolunas o planetas en órbita alrededor de otras estrellas.
Así, la luz terrestre, cuando ilumina débilmente la Luna, transporta en sí misma los indicios de la vida. Este descubrimiento experimental, confirmado por espectrografías terrestres (como las del proyecto Earthshine), demuestra que un observador extraterrestre atento podría, al escudriñar una luz similar reflejada, deducir la presencia de vida en nuestro planeta, sin observarlo nunca directamente.
Este fenómeno da un significado impactante a la expresión poética: la vida terrestre se refleja en la Luna. Es una manifestación óptica de nuestra biología planetaria, hecha observable en el silencio del cielo nocturno.
La búsqueda de vida más allá del Sistema Solar se basa en gran medida en la detección de biosignaturas atmosféricas, es decir, elementos químicos o combinaciones de gases cuyo origen biológico es plausible, o incluso probable. Entre estos marcadores, el oxígeno molecular (O₂), el ozono (O₃), el metano (CH₄), el dióxido de carbono (CO₂) o el vapor de agua (H₂O) están en el centro de los programas de espectroscopia planetaria. Los avances en instrumentación (telescopios espaciales como JWST, Ariel o misiones futuras como LUVOIR) permiten examinar las atmósferas de exoplanetas en tránsito frente a su estrella o mediante imagen directa.
Cuando un exoplaneta pasa frente a su estrella (método de tránsito), parte de la luz estelar atraviesa su atmósfera. Esta luz es filtrada por los gases presentes, cada especie absorbe longitudes de onda específicas. Al comparar el espectro de la estrella con y sin tránsito, se puede obtener un espectro de transmisión de la atmósfera planetaria. Este método permite detectar las firmas de varios gases:
La clave de la detección no se basa únicamente en la presencia de un gas aislado, sino en el análisis del equilibrio químico global de la atmósfera. Un planeta cuya atmósfera presenta tanto oxígeno (altamente oxidante) como metano (fácilmente oxidable) de manera estable a lo largo de largas escalas de tiempo es un caso difícil de explicar sin una fuente biológica activa que mantenga este desequilibrio.
Los modelos atmosféricos acoplados con modelos de superficie y biosfera son, por lo tanto, esenciales para distinguir las verdaderas biosignaturas de los falsos positivos (como la fotodisociación del agua en planetas sin atmósfera o el vulcanismo que emite CH₄ y SO₂).
La espectroscopia directa (mediante coronografía o interferometría) pronto permitirá observar planetas no transitados alrededor de estrellas cercanas. Estos métodos ofrecerán una mejor resolución espectral y espacial. La detección de biosignaturas requerirá, sin embargo, señales muy débiles y observaciones largas, ya que los contrastes son del orden de 10⁻⁷ a 10⁻¹⁰ entre la estrella y su planeta.
En paralelo, la búsqueda de biosignaturas no clásicas (isoprenoides, nitrógeno reducido, fosfinas, etc.) se amplía a entornos extremos potencialmente análogos a los nichos ecológicos terrestres más primitivos.
La NASA explica cómo los investigadores estudian las características de los exoplanetas, en particular el tamaño y la composición atmosférica. Los exoplanetas están demasiado lejos para ser vistos directamente, pero gracias a la luz absorbida al pasar en tránsito frente a su estrella, los científicos pueden deducir muchas características ocultas de manera indirecta, como la masa, la densidad, la composición (rocosa o gaseosa), la profundidad de su atmósfera.
Toda esta información está codificada durante el tránsito en el color de la luz absorbida. Cada longitud de onda absorbida en el espectro de luz revela una huella química molecular distinta. Lo que más interesa a los investigadores son los rastros de vida como el vapor de agua (H2O), el oxígeno (O2) y el metano (CH4).