Los asteroides cercanos a la Tierra, o NEO (Near-Earth Objects), son cuerpos celestes cuyas órbitas cruzan o rozan la de la Tierra. Su órbita se caracteriza por un perigeo inferior a 1,3 unidades astronómicas (UA), es decir, 195.000.000 km. Estos objetos se dividen principalmente en cuatro familias según sus parámetros orbitales: Amors (órbita exterior a la de la Tierra), Apolos y Atens (órbitas que cruzan la de la Tierra), y Atiras (completamente dentro de la órbita terrestre).
Los Amors son asteroides cercanos a la Tierra pero cuya órbita permanece exterior a la de nuestro planeta. Su perihelio (punto más cercano al Sol) está entre 1,017 UA (distancia mínima Tierra-Sol) y 1,3 UA. Aunque no cruzan directamente la órbita de la Tierra, se consideran objetos cercanos (NEO) porque pueden ser perturbados por los planetas interiores y eventualmente convertirse en cruces efectivos de la Tierra. Ejemplos: 1221 Amor o 433 Eros.
Los Apolos constituyen la familia más numerosa de cruces de la Tierra. Tienen un semieje mayor superior a 1 UA y una órbita que cruza la de la Tierra. Su perihelio es inferior a 1,017 UA, lo que significa que pasan dentro de la órbita de la Tierra. Su excentricidad orbital es a menudo alta, lo que los hace sensibles a las perturbaciones gravitacionales. Ejemplo famoso: 1862 Apolo, que dio su nombre a la familia.
Los Atens tienen un comportamiento orbital opuesto al de los Apolos. Su semieje mayor es inferior a 1 UA pero su afelio supera 1 UA, lo que también los lleva a cruzar la órbita de la Tierra. Sus pasajes son más frecuentes cerca de la Tierra porque su período orbital es inferior a un año. Debido a su corto período, representan una clase de interés estratégico para las misiones espaciales. Ejemplo: 2062 Aten.
Los Atiras (a veces llamados asteroides Apohele o IEO por Inner Earth Object) son los más raros y difíciles de detectar. Su órbita está completamente contenida dentro de la de la Tierra, con un afelio inferior a 0,983 UA. Estos objetos no interactúan actualmente con la Tierra, pero su proximidad al Sol hace que su observación sea delicada desde el suelo. Son de creciente interés en la vigilancia espacial. Ejemplo: 163693 Atira.
Las órbitas de los asteroides cercanos a la Tierra son a menudo fuertemente elípticas, a veces inclinadas, y sensibles a perturbaciones gravitacionales, particularmente por planetas gigantes como Júpiter. Estas interacciones modifican gradualmente su trayectoria con el tiempo, un fenómeno modelado por las ecuaciones de Gauss y la integración numérica de las ecuaciones de movimiento. Un asteroide cuya distancia mínima de intersección orbital (MOID) con la Tierra es inferior a 0,05 UA (7.500.000 km) se clasifica como PHA (Asteroide Potencialmente Peligroso).
La clasificación de un PHA (Asteroide Potencialmente Peligroso) se basa en criterios geométricos, energéticos y dinámicos, independientemente de su distancia actual. El umbral de 0,05 UA (o 7.479.894 km) corresponde a una distancia mínima de intersección con la órbita terrestre (MOID) lo suficientemente baja como para representar una amenaza potencial a largo plazo. Este valor no indica un peligro inmediato, pero una configuración orbital a priori favorable a una futura colisión si se reúnen otras condiciones dinámicas.
Este criterio geométrico refleja la posibilidad de que un asteroide cruce efectivamente la órbita de la Tierra en algún momento, bajo la influencia de perturbaciones gravitacionales (notablemente de Júpiter o Marte) o efectos no gravitacionales como el efecto Yarkovsky. Así, incluso si el asteroide está actualmente muy lejos, podría producirse una alineación espacio-temporal Tierra-asteroide en el futuro.
Un asteroide ≥140 m de diámetro, que cruza este límite de 0,05 UA, tiene una energía cinética de impacto potencial del orden de 1017 J, o aproximadamente 100 megatones de TNT. Esto equivale a más de 7.000 veces la bomba de Hiroshima. A una velocidad relativa típica de 20 km/s, un objeto así tardaría solo 4,3 días en recorrer 7,5 millones de kilómetros. El corto tiempo de alerta justifica una vigilancia constante.
Finalmente, las órbitas de los asteroides cercanos a la Tierra son caóticas a largo plazo. Una MOID inicial de 0,049 UA puede, bajo el efecto de resonancias orbitales o perturbaciones sucesivas, evolucionar rápidamente hacia una MOID menor que el radio terrestre. Esta inestabilidad justifica el uso del umbral de 0,05 UA como barrera de precaución científica. Un PHA es, por lo tanto, un objeto cuyas características orbitales actuales lo hacen potencialmente peligroso en las próximas décadas o siglos.
Gracias a programas como CNEOS (Center for Near Earth Object Studies), las órbitas de los asteroides cercanos a la Tierra se monitorean con precisión. El cálculo de su órbita se basa en la observación astrométrica y la resolución de las ecuaciones de Kepler perturbadas:
$$ r(t) = \frac{a(1 - e^2)}{1 + e \cos(\theta)} $$
donde \( a \) es el semieje mayor, \( e \) es la excentricidad y \( \theta \) es la anomalía verdadera. Este modelo se corrige luego para incluir perturbaciones y efectos no gravitacionales como el efecto Yarkovsky.
Cada año, varias docenas de asteroides se acercan a la Tierra a distancias menores que la de la Luna. Estos eventos, llamados acercamientos cercanos, son monitoreados de cerca por centros de seguimiento como el CNEOS de la NASA. Un roce de asteroide se define por una MOID extremadamente baja y una conjunción temporal con la órbita de la Tierra. Si el objeto es grande o pasa a menos de unas pocas decenas de miles de kilómetros, la situación se vuelve crítica.
El caso del asteroide 2020 QG es emblemático. Este pequeño objeto, de aproximadamente 5 a 10 metros de diámetro, pasó a solo 2.950 km de la superficie de la Tierra el 16 de agosto de 2020. Este es el roce más cercano jamás observado para un asteroide no impactante. Fue detectado después de su paso, lo que destaca los límites de nuestro sistema de detección, particularmente para objetos de bajo albedo que se acercan desde la dirección del Sol.
Otro caso notable es el de 2004 FU162, un asteroide de 6 metros detectado solo unas horas antes de pasar a 6.500 km de la Tierra el 31 de marzo de 2004. A esta distancia, la gravedad de la Tierra alteró significativamente su órbita. Estas perturbaciones gravitacionales pueden transformar un paso benigno en una trayectoria futura preocupante.
Finalmente, el paso del asteroide 2023 BU el 26 de enero de 2023 es un ejemplo espectacular. Este objeto de 3 a 5 metros rozó la Tierra a una altitud de 3.600 km sobre América del Sur. Este sobrevuelo extremadamente cercano ocurrió dentro de la órbita de los satélites geoestacionarios. Aunque demasiado pequeño para causar daños en el suelo, 2023 BU podría haber perturbado o golpeado un satélite estratégico. Este evento subraya la importancia de una red global de detección de corto alcance.
Para anticipar los riesgos, misiones como DART (NASA, 2022) tienen como objetivo probar la desviación de un asteroide.
La probabilidad de que un asteroide grande entre en colisión con la Tierra a corto plazo sigue siendo extremadamente baja. Como las consecuencias de un impacto serían catastróficas, los científicos escudriñan el cielo en busca de objetos cercanos a la Tierra (NEO: Near-Earth Objects).
Los programas NEOCC de la ESA y CNEOS de la NASA siguen más de 30.000 objetos cercanos a la Tierra. El Large Synoptic Survey Telescope (LSST) de Vera Rubin (1928-2016), activo desde 2025, promete mapear el cielo nocturno aún más eficazmente. Gracias al método de los elementos orbitales keplerianos, cada NEO se sigue con una precisión creciente. Sin embargo, los objetos pequeños de unas pocas decenas de metros siguen siendo los más difíciles de detectar, aunque sean lo suficientemente grandes como para causar daños regionales (como el evento de Tunguska en 1908).
El 26 de septiembre de 2022, la NASA llevó a cabo una prueba a gran escala: la misión DART (Double Asteroid Redirection Test). El objetivo era alterar la trayectoria de Dimorphos, un asteroide de 160 m que orbita alrededor de Didymos, impactándolo a más de 6 km/s. Resultado: la órbita de Dimorphos se acortó en 33 minutos, prueba experimental de que podemos alterar la trayectoria de un asteroide mediante impacto cinético.
Esta misión se basa en un principio simple pero exigente: la conservación de la cantidad de movimiento. Un impacto a alta velocidad transfiere suficiente impulso para alterar ligeramente la órbita de un cuerpo celeste. Incluso un pequeño cambio, aplicado lo suficientemente temprano, puede ser suficiente para evitar una colisión con la Tierra años después.
Tecnológicamente, la misión DART ha demostrado que podemos detectar, seguir e impactar un asteroide. Sin embargo, persisten varias limitaciones:
Ante un peligro cósmico tan impredecible, no estamos aún listos, pero cada avance, cada misión, nos acerca a la capacidad de proteger nuestro planeta. Este desafío tecnológico y organizacional mundial debe ser superado.