En mecánica clásica, una partícula que enfrenta una barrera de potencial más alta que su energía es inevitablemente reflejada. Sin embargo, en el mundo cuántico, las reglas son diferentes: una partícula tiene una probabilidad no nula de atravesar dicha barrera. Este es el famoso efecto túnel. Este fenómeno deriva directamente de la naturaleza ondulatoria de las partículas descrita por la ecuación de Schrödinger.
Matemáticamente, la función de onda $\psi(x)$ de una partícula en una región clásicamente prohibida (donde $E › V(x)$) no se anula, sino que decae exponencialmente: $$ \psi(x) \sim e^{-\kappa x}, \quad \text{con } \kappa = \sqrt{\\frac{2m(V_0 - E)}{\hbar^2}}. $$ Así, aunque la densidad de probabilidad sea muy baja, no es nula, lo que permite a la partícula "atravesar" la barrera.
El efecto túnel no es solo un concepto teórico; tiene aplicaciones tecnológicas importantes. El ejemplo más emblemático es la microscopía de efecto túnel (STM), que permite observar superficies con resolución atómica. En este dispositivo, se mide una corriente de túnel entre una punta conductora y la superficie de una muestra, separadas por solo unos pocos angstroms.
Otro ejemplo es el transistor de efecto túnel y las uniones Josephson en circuitos superconductores, donde el efecto túnel permite el paso de pares de Cooper a través de una barrera aislante, un fenómeno crucial para el desarrollo de computadoras cuánticas.
Incluso a nivel nuclear, este efecto explica la desintegración alfa, donde una partícula alfa escapa del núcleo atómico atravesando una barrera de potencial nuclear.
El efecto túnel desafía nuestra intuición basada en la causalidad clásica. Revela que en el mundo cuántico no existe una trayectoria determinista. La mecánica cuántica solo proporciona probabilidades. La existencia misma de este fenómeno es una prueba experimental de que las partículas no son objetos localizados, sino entidades regidas por amplitudes de probabilidad.
En resumen, el efecto túnel es una de las joyas más sorprendentes de la física moderna. Ilustra perfectamente cómo las reglas de la mecánica cuántica desafían nuestra comprensión intuitiva del mundo, al mismo tiempo que tienen repercusiones concretas en tecnologías avanzadas.
El microscopio de efecto túnel, inventado en 1981 por Gerd Binnig (1947-) y Heinrich Rohrer (1933-2013), premios Nobel en 1986, se basa directamente en el fenómeno del efecto túnel cuántico. En un STM, una punta metálica muy fina se acerca a una distancia del orden del nanómetro de una superficie conductora. Cuando se aplica una tensión entre la punta y la muestra, aparece una corriente de túnel, aunque ambos no estén en contacto físico. Esta corriente es extremadamente sensible a la distancia entre la punta y la superficie (decreciendo exponencialmente), lo que permite mapear la topografía electrónica con una resolución lateral inferior a 0,1 nm.
El funcionamiento se basa en la densidad de estados electrónicos locales (LDOS) de la muestra, accesible a través de la corriente de túnel medida. Al mantener una corriente constante a través de un sistema de retroalimentación, la posición vertical de la punta revela la topografía atómica de la superficie. Así, el STM permite "ver" átomos individualmente, lo que lo convierte en una herramienta fundamental en la física de la materia condensada, la nanotecnología y la química de superficies.