Hace aproximadamente 4.500 millones de años, poco después de la formación del Sistema Solar, la Tierra primitiva colisionó con un cuerpo del tamaño de Marte, bautizado como Theia. Este escenario, conocido como la hipótesis del impacto gigante, es hoy el más aceptado para explicar el origen de la Luna. Durante este impacto a gran velocidad (≈ 10 km/s), una inmensa cantidad de materia fue proyectada en órbita terrestre. Bajo el efecto de las fuerzas de marea y la agregación gravitacional, esta materia formó un disco de escombros que se consolidó en menos de 100 años para formar nuestro satélite natural.
Las simulaciones hidrodinámicas de partículas vinculan el impacto oblicuo a la composición química de la Luna. El momento cinético total del sistema Tierra-Luna también es una consecuencia directa de este evento. Los isótopos de oxígeno presentes en la Tierra y en la Luna son prácticamente idénticos, lo que sugiere un origen común o una mezcla profunda de materiales. Además, la baja proporción de hierro en la Luna en comparación con la Tierra indica que no se formó a partir de un cuerpo diferenciado con un núcleo metálico propio.
Etapa | Duración estimada | Mecanismo físico dominante | Referencia |
---|---|---|---|
Impacto Tierra-Theia | < 1 día | Colisión oblicua a ~10 km/s | Canup & Asphaug (2001) |
Formación del disco de escombros | Unas horas | Evaporación + eyección orbital | Ward & Cameron (1976) |
Acreción de la Luna | < 100 años | Agrupamiento gravitacional | Ida et al. (1997) |
Estabilización orbital | 10⁵ – 10⁶ años | Interacciones de marea Tierra-Luna | Touma & Wisdom (1994) |
Fuentes: Canup R. & Asphaug E., *Nature*, 2001 – Ward W. & Cameron A.G.W., *Lunar Sci. Conf.*, 1976 – Ida S. et al., *Nature*, 1997 – Touma J. & Wisdom J., *AJ*, 1994.
Aunque la hipótesis del impacto gigante explica muchas características orbitales, químicas y mecánicas del sistema Tierra-Luna, continúa siendo refinada. Variantes que incluyen múltiples impactos o un impactador de alta energía diferente están en estudio. El futuro de las misiones lunares, como las del programa Artemis o la misión japonesa SELENE-2, podría aportar datos adicionales sobre la composición isotópica de la corteza lunar profunda, consolidando o revisitando este escenario cósmico fundador.
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