La transición demográfica se refiere al paso gradual de una población de un régimen demográfico tradicional, caracterizado por altas tasas de natalidad y mortalidad, a un régimen moderno, donde ambas tasas son bajas. Este fenómeno está estrechamente vinculado a la industrialización y a los avances sanitarios, médicos y tecnológicos. Generalmente se descompone en cuatro fases:
Todas las sociedades humanas parecen pasar, tarde o temprano, por esta transición, pero la temporalidad varía mucho de un continente a otro. Europa Occidental comenzó esta transformación ya en el siglo XVIII, mientras que algunos países del África subsahariana aún están en la fase 2 o 3 hoy en día. Este desfase temporal genera dinámicas geopolíticas significativas: presión migratoria, crecimiento urbano desequilibrado y tensiones sobre los recursos.
La transición demográfica actúa como un cambio de fase irreversible en un sistema complejo: una vez que se activan los mecanismos (control de la mortalidad, control de los nacimientos, cambios en el comportamiento social), el retorno al régimen anterior se vuelve altamente improbable, como un cambio de estado termodinámico. Este cambio estructural transforma profundamente el equilibrio entre nacimientos y muertes, modificando así el ritmo de evolución de las sociedades humanas.
Una de las consecuencias mayores es el envejecimiento de la población. En física, se diría que el sistema de "población" aumenta su entropía temporal: la proporción de estados envejecidos crece con el tiempo. En una sociedad con alta natalidad, la pirámide de edades es amplia en la base. Pero tan pronto como la fecundidad cae, esta base se estrecha, y la proporción de individuos mayores crece mecánicamente. En Francia, por ejemplo, la proporción de mayores de 65 años ha pasado del 10% en 1970 a más del 21% en 2025. Este cambio afecta directamente a la ratio de dependencia: el número de inactivos por activo.
Otro efecto: la disminución de la tasa de fecundidad. Este parámetro es un marcador macroscópico de la dinámica de reproducción de un sistema vivo. El umbral de renovación generacional, a menudo fijado en \( 2.1 \) hijos por mujer, ya no se alcanza en la mayoría de los países desarrollados. Este fenómeno resulta de la generalización del acceso a la educación, particularmente para las mujeres, la difusión de los métodos anticonceptivos, el retraso en la edad del primer hijo y los compromisos económicos contemporáneos (costo de los hijos, inestabilidad laboral, urbanización).
Este frenazo demográfico también se traduce en una disminución de la tasa de crecimiento natural. A escala planetaria, la tasa de crecimiento demográfico anual ha pasado de más del \( 2\% \) en los años 1960 a alrededor del \( 0.8\% \) en 2025, según las proyecciones de las Naciones Unidas. Algunas regiones ya experimentan un decrecimiento demográfico natural, particularmente Europa del Este y Japón, un fenómeno aún atenuado en otros lugares por el crecimiento de las poblaciones jóvenes del África subsahariana.
Las implicaciones de esta dinámica son sistémicas:
Este proceso también va acompañado de una transición urbanística. Las megaciudades absorben la mayoría del crecimiento demográfico residual, lo que lleva a una sobredensidad local, un aumento de los flujos energéticos y el estrés hídrico. Esto acentúa la restricción sobre los sistemas de infraestructura (vivienda, transporte, saneamiento), provocando efectos de embalamiento, análogos a las retroalimentaciones positivas observadas en la física de los sistemas no lineales.
Finalmente, la transición demográfica marca un cambio cultural profundo. El niño ya no es una necesidad económica o una obligación social, sino una elección personal, reflexionada, a menudo diferida. Este cambio en la relación con la reproducción humana es único en la escala biológica y sociológica de la especie Homo sapiens. Al modificar los parámetros fundamentales de la reproducción y la supervivencia, la transición demográfica redefine el ciclo de vida, la organización social y las estructuras económicas.
Después de la clásica transición demográfica en cuatro fases, algunos demógrafos e investigadores en ciencias sociales hablan hoy de la emergencia de una quinta fase caracterizada por un decrecimiento demográfico sostenido en varias sociedades avanzadas. Esta fase se distingue no solo por una fecundidad muy baja, sino también por una nueva dinámica socioeconómica y biológica, asociada a varios factores interdependientes.
Las consecuencias sistémicas son significativas y pueden compararse con un sistema disipativo fuera del equilibrio que tiende hacia un nuevo estado estacionario, caracterizado por una población estable o decreciente:
Este fenómeno también plantea preguntas fundamentales sobre la sostenibilidad del modelo de crecimiento demográfico mundial, la capacidad de las sociedades para adaptarse a poblaciones decrecientes y el papel de las políticas públicas en la estimulación o regulación de las dinámicas demográficas. Así, la quinta fase podría representar una nueva etapa en la evolución socio-biológica humana, marcada por una interacción compleja entre factores biológicos, ambientales, económicos y culturales.
La interacción entre el cambio climático global y el decrecimiento demográfico en marcha en varias regiones del mundo puede generar riesgos sistémicos inesperados, también conocidos como un choque terminal que afecta a la estabilidad socioeconómica y ecológica planetaria. Estos riesgos resultan de retroalimentaciones no lineales complejas, caracterizadas por fenómenos de embalamiento acoplados a límites estructurales en las capacidades de adaptación humana.
Desde un punto de vista físico, este choque puede conceptualizarse como la convergencia de dos procesos dinámicos con diferentes pero fuertemente interdependientes escalas de tiempo:
Entre los riesgos específicos identificados, más allá de las amenazas bien documentadas, emergen fenómenos no anticipados por la intuición humana pero susceptibles de aparecer a través de mecanismos probabilísticos complejos y retroalimentaciones sistémicas:
Estos riesgos llamados "inesperados" o "no intuitivos" a menudo surgen de la interacción de múltiples factores acoplados, generando dinámicas de alta dimensión donde pueden aparecer atractores extraños o bifurcaciones. Su probabilidad de ocurrencia es baja individualmente, pero su impacto potencial es lo suficientemente alto como para justificar una integración sistémica en los modelos de prospectiva demográfica y climática.
La transición demográfica marca un punto de inflexión en la historia de la humanidad. No se limita a una cuestión de cifras: expresa la capacidad de la especie humana para emanciparse de las restricciones naturales y ambientales, pero también para gestionar colectivamente los efectos de esta emancipación. En este sentido, se inscribe plenamente en la evolución cultural de la humanidad, al igual que el lenguaje, la agricultura o la escritura.