Los espectaculares avances de las misiones Kepler, TESS y Gaia han transformado profundamente nuestra comprensión de la Vía Láctea. Gracias a estos observatorios espaciales, hoy sabemos que los exoplanetas son la regla, no la excepción. Estadísticamente, cada estrella posee en promedio al menos un planeta. Y entre estos miles de millones de planetas, una fracción significativa parece reunir las condiciones físicas necesarias para la emergencia de la vida: masa terrestre, órbita en la zona habitable, composición rocosa, etc.
Las estimaciones más prudentes, basadas en los datos de Kepler, sugieren que aproximadamente 1 de cada 5 estrellas similares al Sol albergaría un planeta de tipo terrestre en su zona habitable. Dado que nuestra galaxia contiene más de \(10^{11}\) estrellas, esto implica potencialmente más de 20 mil millones de Tierras! Planetas rocosos, de tamaño comparable al nuestro, orbitando a la distancia adecuada para permitir la existencia de agua líquida.
La habitabilidad es un concepto fisicoquímico complejo. No se limita a la presencia de agua líquida, sino que también implica una atmósfera estable, un campo magnético protector, actividad geológica, ciclos químicos y estabilidad orbital a largo plazo. Estos son factores que nuestros instrumentos actuales apenas comienzan a sondar.
La observación directa de estos mundos sigue siendo un desafío monumental. Pero el telescopio espacial James Webb, así como proyectos futuros como LUVOIR o HabEx, podrían abrir una era de astroespectroscopía fina, permitiendo detectar firmas biosféricas en las atmósferas de exoplanetas. Los famosos "gases marcadores", como el oxígeno \((O_2)\), el ozono \((O_3)\), o el metano \((CH_4)\), podrían indicar actividad biológica.
Si la vida pudo emerger rápidamente en la Tierra después de su formación, entonces es plausible, incluso estadísticamente probable, que haya aparecido en otros lugares. Así, la idea de una Vía Láctea repleta de mundos habitables ya no es ciencia ficción, sino un paradigma científico racional, basado en datos observacionales sólidos y una modelización astrofísica avanzada.
La biología no es independiente de la física: es el entorno el que guía la evolución de las formas de vida. El darwinismo se basa en la selección natural de adaptaciones locales. Ahora, si el entorno cambia, también lo hacen las presiones evolutivas. En otro planeta, con diferentes restricciones—gravedad, temperatura, atmósfera, luz estelar, tectónica, presencia de la Luna, etc.—la evolución llevará necesariamente a formas radicalmente diferentes, quizás incompatibles con nuestra bioquímica.
Es, por lo tanto, altamente improbable que humanoides, árboles o peces como los de la Tierra se desarrollen en otros lugares. La vida extraterrestre puede existir, pero será alienígena, exótica y moldeada por un marco fisicoquímico que le es propio. Esta es una consecuencia directa del determinismo ambiental en la biología evolutiva.