El hombre de Neandertal, o Homo neanderthalensis, fue una especie humana que vivió en Eurasia entre aproximadamente 400.000 y 40.000 años atrás. Descubierto en 1856 en el valle de Neander en Alemania, este representante arcaico de la humanidad fue considerado durante mucho tiempo como primitivo. Sin embargo, las investigaciones recientes revelan un ser complejo, físicamente robusto, adaptado al frío glaciar, pero también dotado de comportamientos sociales y culturales elaborados.
Su cráneo alargado, su arco superciliar marcado, su tórax ancho y sus huesos gruesos atestiguan una adaptación a los entornos rigurosos del Pleistoceno. Dotado de un cerebro de un volumen comparable, o incluso superior, al de Homo sapiens (unos 1500 cm³), el neandertal dominaba el fuego, fabricaba herramientas sofisticadas (cultura musteriense), cazaba en grupo grandes mamíferos y enterraba a sus muertos, señal probable de una forma de espiritualidad.
Los análisis de ADN han revolucionado nuestra comprensión del neandertal. En 2010, la secuenciación de su genoma reveló que entre el 1 y el 4 % del ADN de las poblaciones actuales no africanas proviene de Homo neanderthalensis. Este resultado demuestra que se produjeron cruces entre neandertales y Homo sapiens, probablemente entre 60.000 y 40.000 años atrás durante su coexistencia en Europa y Oriente Próximo.
La desaparición del neandertal hacia el año 40.000 a.C. sigue siendo objeto de debate. Existen varias hipótesis: competencia con Homo sapiens, cambios climáticos rápidos, baja diversidad genética o combinación de estos factores. En lugar de una extinción repentina, algunos paleoantropólogos consideran una dilución progresiva en las poblaciones modernas.
El estudio del neandertal arroja luz sobre la evolución humana: no era ni un eslabón perdido ni un callejón sin salida, sino una rama prima, inteligente, ingeniosa y profundamente humana. Su legado genético, biológico y cultural perdura en nuestra especie, recordándonos que la evolución es más bien un arbusto que una línea recta.
El estudio comparativo de los cráneos del Hombre moderno y el Hombre de Neandertal permite destacar diferencias notables, pero también similitudes sorprendentes, que dan testimonio de la evolución de nuestra especie.
El cráneo de Neandertal es generalmente más largo, más ancho y más robusto que el del Hombre moderno. Su rostro es más prominente, con arcos superciliares muy marcados, lo que le da un aspecto macizo. Por el contrario, el cráneo del Hombre moderno es más redondeado, con una frente menos pronunciada y arcos superciliares menos desarrollados.
La parte inferior del cráneo de Neandertal es más ancha, lo que corresponde a una mandíbula más robusta, adaptada a una masticación más intensa, probablemente debido a una dieta a base de carne dura y vegetales fibrosos.
Aunque el cráneo de Neandertal es más grande que el del Hombre moderno en términos de volumen global, su cerebro no era proporcionalmente más grande. De hecho, el volumen promedio del cráneo de Neandertal alcanza aproximadamente los 1500 cm³, mientras que el de los Homo sapiens modernos se sitúa entre 1300 y 1500 cm³. Sin embargo, el cerebro de Neandertal tenía una forma diferente, más alargada, mientras que el del Hombre moderno es más globular.
Una de las particularidades del cráneo de Neandertal reside en la orientación de su occipucio. De hecho, su cráneo presenta una pendiente más pronunciada en la parte posterior, con una base craneal más inclinada, lo que sugiere una postura menos erguida que la del Hombre moderno. Esto puede estar relacionado con diferencias en la estructura del cerebro y en el control motor. Este detalle morfológico revela que los neandertales tenían una postura ligeramente diferente, aunque caminaban en posición bípeda.
El cráneo del Hombre de Neandertal presenta una caja craneal más gruesa y dientes particularmente robustos, adaptados a una dieta difícil de digerir. Los dientes, especialmente los incisivos y los caninos, son más anchos y más desgastados en los neandertales, lo que da fe del uso intensivo de sus dientes para actividades como cortar carne y manipular objetos. En cambio, los dientes de los Hombres modernos suelen ser más pequeños y más finos, adaptados a una alimentación más variada.
A pesar de las diferencias evidentes, los cráneos del Hombre moderno y el Hombre de Neandertal comparten un cierto número de características. Por ejemplo, ambos presentan una organización compleja del cerebro, aunque la configuración anatómica difiera. Además, algunos aspectos del cráneo de Neandertal muestran rastros de cultura e innovación, como la fabricación de herramientas y el uso del fuego, que requieren cierta organización cognitiva.
El hombre de Neandertal, aunque distinto del Homo sapiens, forma parte de la familia humana cuya historia se remonta a millones de años. Para comprender su evolución, es esencial examinar a los antepasados que marcaron su desarrollo dentro de la línea de Homo sapiens.
El género Homo, al que pertenecen tanto Homo sapiens como Homo neanderthalensis, surgió hace unos 2,5 millones de años con la aparición de Homo habilis. Este último, el primer representante del género Homo, tenía un cerebro más grande que el de sus antepasados australopitecos, pero aún estaba parcialmente adaptado a una vida arbórea. Sin embargo, marcó un punto de inflexión con la fabricación de las primeras herramientas de piedra, dando así origen a la cultura lítica.
A lo largo de millones de años, la evolución de los homínidos produjo varias especies importantes, cada una marcada por innovaciones significativas:
Los fósiles encontrados en diversas regiones de Europa y Asia nos indican que las poblaciones de Homo heidelbergensis se adaptaron gradualmente a los entornos fríos y evolucionaron hasta convertirse en neandertales en Europa, mientras que otra rama de Homo heidelbergensis emigró a África, dando origen a Homo sapiens.
Así, el hombre de Neandertal no es una especie aislada, sino que forma parte de una evolución compleja en la que cada antepasado contribuyó a la formación de características únicas que marcaron su adaptabilidad y supervivencia en un entorno glaciar antes de su extinción.